La anécdota de la vida y la naturaleza: Prever el futuro

20 Agosto 2020

Ahora pienso que esta experiencia de vida y filosofía de mi padre me ha servido para notar lo insensatos que podemos ser a veces los humanos, la carencia de perspectiva que podemos tener y lo confiados que enfrentamos nuestras vidas en el día a día.

Ingrid Hebel >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Invitado

Cuando era estudiante universitaria fuimos al cine con mi hermana y una amiga. Cuando volvimos a la casa, fui a cerrar la reja pero los enanitos del bosque me pusieron el pie y me caí. No sólo me golpeé las rodillas sino que me herí la ceja del ojo derecho con la llave de agua del jardín. Tuvimos que ir a la posta central, donde decían que me había ganado el Loto, porque me pusieron 5 puntos en el músculo y 8 en la piel. Cuando vi a mi papá unos días después me dijo: “¡No fuiste capaz de prever el futuro! ¿Cómo no supiste con anticipación que te ibas a caer y a romper la cara?”.

Te puede interesar: ¿Cómo fue hacer una tesis en tiempo de levantamiento social y pandemia?

No hice más que levantar los hombros, por lo irrisorio de su comentario y pensar que mi papá estaba loco. ¿Cómo podría ser posible que yo pudiera prever el futuro? Con los años, esta anécdota, quedó marcada no solo en mi ceja, sino que en mi cabeza y siempre me inquietó qué es lo que realmente me había querido decir.

Ahora pienso que esta experiencia de vida y filosofía de mi padre me ha servido para notar lo insensatos que podemos ser a veces los humanos, la carencia de perspectiva que podemos tener y lo confiados que enfrentamos nuestras vidas en el día a día y les explico el porqué:

En el año 2006, cuando llegamos desde Alemania a Punta Arenas, nadie hablaba del cambio climático y poco se conocía de los posibles escenarios a los que nos enfrentaríamos frente a una crisis climática. Quizás solo los entendidos hablaban el IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático). No se conocían los bonos de carbono y menos se hablaba de los servicios ecosistémicos. Era escaso el conocimiento sobre cuáles eran las fuentes de alimentos podríamos obtener de la vegetación magallánica en caso de un desabastecimiento por el cierre de las fronteras. Vi una pobre preparación frente a lo inmanejable. Magallanes después de todo es una isla, una región aislada de unos pocos miles de habitantes y además, vulnerable.

Desde que llegamos a estas latitudes siempre me llamó la atención lo comprometidos que son sus habitantes con la región. Pocos tenían una concepción de la vulnerabilidad del ambiente, pero sí reconocían cambios en el clima desde su niñez. Sin embargo, siendo una de las regiones con mayor porcentaje de áreas protegidas en Chile, a pocos se les ocurría pensar en campañas medioambientales, de reciclaje o acciones para la sustentabilidad.

Nosotros, como bichos raros y recién llegados, siempre seguimos lo aprendido en uno de los países con mayor compromiso medioambiental, con un partido de los verdes y donde muchos dejan el auto en casa para tomar la bicicleta. Así que me enfrenté a las raras miradas de las personas cuando en ese entonces íbamos con nuestras bolsas de género a las compras, cuando llevábamos a nuestros bebés en el carrito para las bicis o cuando los plátanos no les poníamos bolsa, sino que exigíamos que nos pegaran la etiqueta sobre una de ellas.

Se veía raro que me pusiera a leer las etiquetas de los ingredientes, para que mis hijos no comieran agentes cancerígenos o modificadores del comportamiento como BHT, EDTA o soya transgénica. También era raro que mis hijos no tomaran Coca-Cola, alguna gaseosa o jugo en polvo. Ellos debían primero aprender a tomar agua.

Con el pasar del tiempo, afortunadamente muchas personas se han dado cuenta de que cualquier grano de arena para no contaminar y no contaminarnos es importante. No sólo porque lo hacemos, sino porque somos ejemplo para otros. Me di cuenta que hay que educar, desde pequeños y más aún cuando te quieren escuchar. Así que siempre participé en aspectos relacionados con la enseñanza medioambiental: escribí textos para la agenda del colegio de mis hijos con motivos medioambientales, realizamos los días de la fascinación por las plantas, dicté algunas charlas a través de Explora Magallanes, etc.

Creo que la acción más relevante ha sido la oportunidad de apoyar el Taller de Huertos Escolares del Colegio Alemán de Punta Arenas, donde como apoderados concebimos la restauración del antiguo invernadero y creamos un proyecto donde el taller funcionaría como una sala de clases “verde”. Así, los niños a través de los Huertos Escolares tienen la posibilidad de expandir sus experiencias fuera del aula tradicional también de las matemáticas, ciencias naturales o alemán. Ellos pueden observar, documentar y comentar procesos de crecimiento y así reafirmar su responsabilidad con la naturaleza. Se fortalece la creatividad de los niños para solucionar problemas insertos en el huerto y darle importancia a las cosas hechas por ellos mismos.

Por otro lado, siendo docente de la Universidad de Magallanes también me servía de aula para los estudiantes de la carrera de Agronomía que a veces interactuaban con los más chicos, haciendo competencias como quién dejaba mejor preparado el suelo para la siembra, quién sembraba mejor, quiénes tenían mejor germinación, etc.

También participamos en el Programa de Compostaje para la región, cuya motivación nació de mi colega Claudia Salinas que junto a su equipo nos apoyó para enseñarles a los niños a utilizar una vermicompostera. Con la profesora encargada de los huertos Sandra Díaz, participamos en el Congreso de Agroecología en 2017, y también se encargó de hacer participar a los niños en la Feria Científica Escolar en estos años. Al final del año el premio para los participantes de los Huertos Escolares era un desayuno saludable en la costanera, donde jugábamos a la pelota y a las naciones.

Nos entreteníamos.

Continuaron hasta el año pasado con composteras tradicionales, donde cada vez dejé que el movimiento siguiera su curso por sí solo.

Mi marido me dice que yo no soy política, que soy práctica y en realidad no me distingo con ninguna procedencia. Diríamos que no soy de aquí ni soy de allá. Por eso mismo, como dicen haz el bien sin mirar a quien, todas las actividades que desarrollé en los huertos escolares fueron ad honorem.

Mi pago era la satisfacción de enseñar a prever el futuro, porque el hombre para sobrevivir no necesita televisores, teléfonos o computadoras, necesita comer y estar en paz con la naturaleza.