La política o el arte de acomodarse

La política o el arte de acomodarse

13 Mayo 2021
La política, poco se diferencia de la industria de la moda; delgadez y liviandad aderezan su ideario. El choque de egos no les permite pensar en los propósitos, no obstante, se reconocen profesionales.
Roberto Bravo >
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Mínimos Comunes, Elecciones, Nueva Constitución. Foto: Agencia Uno/Huawei

El inexistente contraste entre izquierda y derecha, la supremacía del neoliberalismo como ideología del mercado, configuraron un escenario despolitizado, donde la pérdida de relevancia de la política es evidente. La clase política se deprimió y la conforman con pocos atributos discretos dirigentes. El modelo de época ya no rinde y la ciudadanía -rotos y patipelados- harta de manipulaciones y abusos, lo único que queremos es una alternativa confiable.

En la edulcorada transición, la moral instaba a los habilitados para gestionar el gobierno y del otro lado, los cuestionados por su complicidad con la dictadura. Luego vino el gobierno de los mejores, ellos o los burócratas negligentes que no estaban a la altura y menos de los tiempos. Siempre el duopolio estableciendo el marco en el cual desplegar la política, de justificar sus existencias. La focalización del gasto ha sido por mucho tiempo el alma de la política social de los gobiernos y el Estado Subsidiario su marco; lo mínimo para que los pobres se incorporen al consumo y los corporativos rentabilicen el negocio.

Tiene que estar el gobierno en el suelo y el Presidente inexistente en las encuestas para que ejerciten la política y se abran a dialogar; solo ellos, los demás existen circunstancialmente. Recuerde la monserga de las autoridades: no negociamos bajo presión. La alianza del Gobierno con el Tribunal Constitucional -tercera cámara- se agotó y el descrédito de ambos es evidente. 

La discusión binaria Izquierda-Derecha, ha mutado cual virus -salvo para Jadue, que interpela a los allendistas-, a la de Estado-Mercado. No cabe en este nuevo clivaje la racionalidad política tradicional, aquella que prometía y acto seguido, desconocía su base electoral, para acomodarse al poder y los privilegios. El problema de fondo; lo que la política define y asume en público, no es lo que determina en privado. 

Hacer política para gestionar el gobierno, debería implicar tener claro el mandato de representación, de entenderse con la oposición, de dialogar, para luego decidir en función de las mayorías, del bien común; olvidarse de ningunear y de asumir el rol de sepulturero del adversario. Tras el estallido social, pandemia mediante y la actual coyuntura política,  es Yasna Provoste la salvadora, aquella que de la mano de Bachelet anunciara lo que sería una de las grandes farsas de la política, el acuerdo por la calidad de la educación. Recuerde el contexto y quienes lo suscribieron.

El gobierno aún con apoyo y Piñera creyéndose empoderado, dejó a Adriana Muñoz, Presidenta del Senado, hablando sola en un punto de prensa en la Moneda. Ahora en el suelo y con el Presidente abandonado, Yasna viene desde Valparaíso, investida con el mismo poder de su antecesora Muñoz, con la propuesta de los mínimos comunes, la fórmula de quienes en pánico, idean algo para sostener el poder.

La elasticidad de la tolerancia tiene un límite. La política no da el tono, se resiste a encontrar la solución fuera del molde y sin uno de los suyos; al no haber consecuencias ideológicas, los desvelan las sociales, personales y sobre todo, comerciales.

La encuesta del CEP indicó que la credibilidad del Congreso tiende a cero, menor al error muestral; de los partidos políticos 8% y Pamela Jiles se alza con un 54% de aprobación entre los encuestados. El indicador más relevante es el rechazo de los candidatos.

La paradoja evidencia la decadencia de un sistema. Estamos en el horno. En las próximas elecciones presidenciales, en el arte de acomodarse, cualquier cosa puede pasar. 

En lo inmediato, no pierda su voto en la elección de constituyentes, preocúpese del vellón y mire qué hay debajo.

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