En esta escuela pública, aprenden juntos niños y niñas de diez países diferentes

06 Enero 2015

En la Escuela Santiago de Chile, uno de cada cinco estudiantes es migrante. Un escenario que ha enriquecido el proceso educativo y que a la vez ha planteado desafíos.

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Es la sala de kínder y están de fiesta: hay un compañerito de cumpleaños. Hay globos, papas fritas y una torta. Los niños y las niñas bailan y corren por la sala. “¿De qué nacionalidad son?”, les preguntan y ellos saltan y responden felices: yo soy de Argentina, yo de Ecuador, él de Bolivia, ella de Colombia. En la Escuela Santiago de Chile, provenir de otro país es un motivo de alegría.

Desde el 2009, este colegio público –que no hace ningún tipo de selección– ha aumentado sostenidamente su matrícula, acogiendo a los hijos e hijas de los miles de extranjeros que han llegado a vivir a Santiago, la comuna con mayor población migrante del país. En el 2014, de los 340 estudiantes de la escuela, 70 provenían de Perú, España o Brasil. En total, conviven diez nacionalidades distintas, incluyendo la chilena.

Aquí aceptan a nuestros niños

“Esto ha sido ensayo y error. Recibimos estudiantes de tal nacionalidad y a partir de allí nos adaptamos a sus necesidades. El mayor desafío está en lo pedagógico: cómo incorporas dentro del currículum el aporte cultural de estos niños”, reflexiona Hernán Miranda, director del colegio.

En esa línea, por ejemplo, en septiembre no sólo se festejó a Chile, sino que se incluyó a Latinoamérica, a partir de una feria costumbrista en la que familias extranjeras mostraron sus comidas, sus bailes y su música. En el aula, cuando se abordan temas como los mitos y las leyendas, se pide a los niños y niñas de otros países que compartan las suyas.

Ese espíritu ha hecho sentir cómoda a Yolanda Reyes, que hace 16 años abandonó Perú para trabajar en Chile. Sus dos hijas estudiaron en este establecimiento. “Las matriculé acá porque dijeron que era buen colegio. Éramos los primeros peruanos. Llegué con miedo, pero nunca ha habido rechazo, de nadie. Así fuimos pasando la voz, de que aquí aceptan a nuestros niños”, cuenta. Hoy, Yolanda administra el quiosco del colegio y es presidenta del centro de padres.

Catalina Estévez, investigadora de Educación 2020, destaca que son múltiples factores los que inciden en el bienestar de los niños y niñas migrantes. Por una parte, la normativa, que genera obstáculos para su plena incorporación al sistema educativo y, por ende, del ejercicio de un derecho fundamental”, lo que también produce falta de información. “Por distintas razones, no se conoce el número exacto de estudiantes migrantes que hay en Chile”, asegura.

Otra tensión, sostiene Estévez, se genera por los estereotipos y prejuicios provenientes de la sociedad chilena. “Hay resistencia de los padres y esa falta de tolerancia luego se transmite a los niños y niñas”.

Patricia Marchant es apoderada chilena en el colegio, su hijo Sebastián entró este año a prekínder. Ella asegura que le gusta que su pequeño conviva con niños de otros países, pero a la vez reconoce que no esperaba encontrarse con tantos extranjeros. “Sebastián llega con palabras distintas, dice ‘no me jales’ o habla del salón y no de la sala. No sé si estará bien que esas cosas se le peguen”, piensa.

Iguales aunque hablen distinto

En ese sentido, Mónica Rojas, profesora del colegio, opina que esa diversidad favorece el proceso educativo por el enriquecimiento cultural o porque los estudiantes extranjeros modulan mejor y contribuyen en la dicción de los chilenos. Igualmente, destaca que no hay diferencias académicas por nacionalidad ni tampoco conflictos de convivencia. “Los niños se integran bastante bien, tienen buena relación, no hacen separaciones, saben que son todos iguales aunque hablen distinto”.

“La escuela refleja, reproduce o supera tensiones sociales, lo que depende de la gestión directiva y del trabajo docente. Si queremos avanzar, el cambio social puede propiciarse desde la escuela, desde la formación ciudadana y la convivencia democrática, pero también hay que trabajar con las familias”, subraya Catalina Estévez.

Algo que el director Hernán Miranda tiene muy claro. “Necesitamos orientaciones y apoyo, no tenemos experticia en interculturalidad: cómo logramos que estos pequeños mantengan su cultura y no superpongan la nuestra. También están las tensiones del mundo adulto, que hoy resolvemos apelando al criterio y la experiencia común. Si de algo puedo dar fe es que los adultos somos los complicados, quienes han marcado la pauta en aceptación han sido los niños".