Sobre ciclos y pertenencia: Enseñanzas de un Pastor Barrero

Sobre ciclos y pertenencia: Enseñanzas de un Pastor Barrero

23 Septiembre 2020

Interpeló nuestra forma de vida y cultura urbana como un intento continuo de someter a la naturaleza y cosificarla. Atacó la falsa creencia de que algo siquiera nos pertenece.

Andrés González... >
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Conocí al Pastor Barrero en Talca, en el “Centro Cultural La Candelaria”. Estábamos en un toque de cantautores del Ciclo "Resistencia Musical". Eran encuentros nocturnos realizados entre Octubre y Noviembre del 2019. La música era nuestra barricada donde nos congregábamos y refugiábamos mientras en la calle aún agitaba la revuelta social.

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Llegaban los manifestantes con los ojos irritados y uno que otro balín en el lomo. El arte no era mero refugio sino un lugar de sanación y recarga: una cocinería para el espíritu.

En ese contexto, conversamos con el Barrero del “under” de la cueca y sus recovecos, del pandero y la rueda más allá de la tradición conservadora y el intento reduccionista de cristalizar las costumbres como si cada primavera debiésemos montar un museo y disfrazarnos de patrones en un país que ya no quiere ser fundo.

En esa conversación mirábamos el muro de barro de La Candelaria. Nos comentó que se dedicaba a la construcción en barro y que sería interesante hacer un taller de albañilería "a la antigua". En nuestra organización, por entonces, ya se discutía en las reuniones fumonas sobre cómo solucionar el tema del muro de adobe, ya que estaba soltando cada vez más polvo sobre el pasillo. Era un derrumbe cotidiano y silencioso que nos hacía difícil mantener el aseo.

Cuánto pesaba el tiempo y la experiencia contenida por esta pared gruesa de reseca piel. Nuestro muro sostenía algunos clavos por los que transitaban atrapasueños, instrumentos dados de baja y pinturas. Más de alguna flor creció de su cálida grieta ¿Qué habrá oído esta centenaria muralla? ¿Quiénes y cuántas manos lo habrán palpado? ¿A qué habitantes ha visto discutir y bromear?

Tremendo bloque de energía íntima y social. Ha sido un pecho y un soporte de ensayos y jolgorios, allí la “Cande” colinda con las vecinas secretas. Más de algún pícaro bromeó con hacer un pasillo de emergencia. Así la casa se fue reparando durante décadas antes y durante nuestra presencia. Se montaron nuevas estructuras y se construyó rodeando el muro, tal como esa típica casa de abuelos en la que cada vez que nacía alguien en la familia se hacía un nuevo cuarto. Sin embargo, el barro aquí ha permanecido digno por más de cien años. 

Seguimos hasta tarde la cháchara con el Pastor Barrero ya con costras de tinto en los labios y así entre los humos del jolgorio quedó pendiente el compromiso de reparar la muralla. 

Meses después alguien de la casa consiguió su teléfono y a casi un año, nos volvimos a encontrar. Aunque esta vez en pandemia. Las fiestas migragron al interior de cada persona y durante unos meses "La Candelaria" fue habitada prácticamente sólo por los murales de Violeta y Víctor Jara pintados por Pedro Uilli, por los cactus del patio y el acopio de alimentos. 

Luego de una llamada telefónica, llegamos a la casa del Pastor Barrero. Quedaba en Batuco, cerca de Pencahue, interior de la cordillera de la Costa. Nos mostró su casa. Una construcción hecha en barro y madera. Era una estructura hexagonal levantada con tabiquería y a punta de quincha (entramado de ramas entre los tabiques para sostener el barro), materiales reutilizados y mezcla de barro. Nos dijo que los enjambres inspiraron el diseño, ya que la construcción en hexágono se puede desplegar fácilmente hacia los costados tal como los panales de abejas.

Además, en caso de sismo la casa bailaría sin problemas al compás de los zamarreos fractales del cerro ya que no es una estructura rígida sino flexible. Incluso si se incendiara quedarían las bases trabajables como para una nueva construcción. Después comentó acerca del proceso de los materiales y la receta que nunca es tan receta. Harneamos arcilla y arena. Luego nos mostró barro madre (podrido por más de un año) y habló de sus tiempos.

Su casa era una extensión del cerro. Ahí dentro no dejaba de estar presente el bosque. Era una casa viva. Recordó la "Pata de elefante" para el inferior de las paredes, pie de la edificación en bloque de piedras, para así aislar la humedad y hacerle un pasillo exterior a la lluvia para que no se tiente a entrar a la casa descalza.

Luego se puso sobre la mesa la importancia de volver al ciclo. ¿Qué hacer con nuestra basura? Interpeló nuestra forma de vida y cultura urbana como un intento continuo de someter a la naturaleza y cosificarla. Atacó la falsa creencia de que algo siquiera nos pertenece. Defensa de la vida en todos sus niveles: no nos dedicamos a aprender a pertenecer porque creemos que las cosas nos pertenecen. Mientras seguía despotricando contra el sistema con una sonrisa bondadosa, el Pastor Barrero desmalezaba de paso con sus manos la huerta. Puso el ejemplo del pueblo Mapuche que vive en respeto y armonía con su entorno sin violentar ni depredar la naturaleza, conoce los ciclos y se basa en lo comunitario.

Nos pusimos de acuerdo para el proceso de restauración del muro. Nuestra ofrenda para el Pastor fue una guitarra. Acordamos jornadas y planificamos. A la semana siguiente fuimos a buscar la arcilla al cerro; el guano a un establo vecino; los fardos los tomamos prestados sin aviso y de forma indefinida; y la arena delgada la encargamos a un arenero de orillas del Río Claro que descargó en la vereda de la 3 sur.

Preparamos el patio del Centro Cultural como lugar de trabajo. Armamos las piscinas para pisar las mezclas zapateadas en cueca truquera. Las herramientas aparecieron desde distintos sitios. No así los comensales. Aires de minga pero aún tímida y con mascarilla. Entre pocos se dio la cosa: comilona, canturreo y laburo. Volvieron las costras de tinto pero ahora sudándola bien.

Luego a lanzar enérgicamente los puñados de barro sobre el viejo adobe para que se acople firme. Revoque grueso y luego de unas semanas el revoque fino. La mezcla y sus reposos. Cerrar los ojos para sentir los relieves del revoque con las manos como cuando la hija en sueños busca a atientas la cara de su padre en medio de la noche para así corroborar que está junto a ella.

Reparar los harneros, ir por más materiales y volver al ciclo. Un poco de agua: seguir pisando la mezcla. Así entrar barro adentro de donde nunca más se vuelve, para sentir que nada pertenece sino que estamos aprendiendo a pertenecer.