La naturaleza y la memoria

La naturaleza y la memoria

24 Junio 2020

El estudio de la relación entre cultura y naturaleza es apasionante, lleno de sorpresas que pueden llevar al más escéptico y separatista a entender que la dicotomía entre naturaleza y cultura no existe, y que al proteger la naturaleza estamos cuidando nuestra propia historia.

Gabriela Simone... >
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¿Cuántas historias esconde el trinar de un jilguero, el florecer de un chilco o el sabor de un calafate? Muchas veces he escrito sobre la íntima relación entre naturaleza, cultura e identidad. Sobre aquellas leyendas inspiradas en el salto de los delfines; sobre los laureados poetas de Chile y sus obras enalteciendo aves, bosques y mares; sobre los símbolos del escudo, -y la ironía de que justamente quien nos representa, el huemul, sea una especie en peligro de extinción debido a nuestras propias acciones-. Lo cierto es que cuando hablamos de naturaleza estamos hablando de parte fundamental de aquello que somos y sobre lo cual hemos construido identidades desde el inicio de nuestros tiempos.

Muchas veces, al mirar la inmensidad del desierto, el misterio del mar o los laberintos de un bosque, suponemos que -como aquello no fue construido por la humanidad- no tiene relación con cómo la humanidad se ha construido a sí misma. Sin embargo, es en esos paisajes donde se encuentra escondido gran parte de lo que nos ha dado las bases para forjarnos como sociedad.

El estudio de la relación entre cultura y naturaleza es apasionante, lleno de sorpresas que pueden llevar al más escéptico y separatista a entender que la dicotomía entre naturaleza y cultura no existe, y que al proteger la naturaleza estamos cuidando nuestra propia historia. Pero a veces esos aprendizajes se dan con experiencias personales que enseñan más que cualquier libro. Hace unos años por ejemplo, durante una conversación me comentaron que “allí donde yo iba a recolectar frutillas, hoy hay un rajo minero”. Esa mujer había perdido para siempre un espacio de su historia, a la que de ahora en adelante solo podrá acceder a través de su memoria. ¿Cuántas veces hemos escuchado a alguien graficar el paso del tiempo a través de la altura de un árbol que plantó?, ¿qué pasaría si taláramos ese árbol? La historia de esa persona quedaría en un imaginario huérfano de su origen. Hay tradiciones como recolectar frutos, contar las aves del árbol que vemos a través de la ventana y  caminar al lado de las olas, que son parte de la historia de cada uno de nosotros y nosotras.

Muchas veces he escrito sobre la íntima relación entre naturaleza, cultura e identidad, y hoy lo hago, pero no como una mujer que investiga aquello. Lo hago mientras siento el aroma a ciprés que me hace viajar hacia el abrazo de mi abuelo. Y mientras lo abrazo, pienso en qué sería de este momento si ya no hubiese cipreses. Porque los olores, los sonidos y los sabores de la naturaleza pueden transportarnos allí donde guardamos parte de nuestros recuerdos, y por lo tanto, parte fundamental de lo que somos. Y eso que nos pasa a cada uno, nos pasa también como comunidades, como sociedades y como humanidad.

La naturaleza está amenazada y eso es un hecho. Es un hecho también que de nosotros depende cambiar el rumbo. No perdamos nuestra memoria y regalémosle a quienes vienen la posibilidad de construir sus propias historias, al tiempo que protegemos la vida en la tierra.

A Marcial Simonetti Astengo