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Yo, el Rey

15 Noviembre 2007
El Rey de España no interviene en la contingencia. Solo reina. Pero en dos oportunidades, ha enfrentado los micrófonos para hablar a sus ciudadanos...
Jaime González ... >
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Don Juan Carlos de Borbón y Borbón mandó a callar al Presidente Chávez. Pareciera que el monarca, exasperado con la ligereza verbal del mandatario venezolano, resolvió saltarse las reglas del protocolo para exigirle a su interlocutor, más que guardar silencio, que escuchara a Rodríguez Zapatero, quien defendía con hispana hidalguía, a su adversario político, José María Aznar, denostado por Chávez.
Los antepasados del Rey, sin embargo, especialmente a contar de Fernando VII, dejaron sin habla a América durante dos siglos y medio. Y no sólo obligaron a sus súbditos al mutismo, sino que, además, limitaron el pensar, prohibiendo la llegada de libros, abortando cualquier intentona de reflexión.
El grito del rey es la voz que viene desde el fondo de la historia americana. No compartimos, ni en la más ínfima letra, el exabrupto del locuaz presidente venezolano, su audaz oratoria y la soltura con que califica, arremete y arrincona a todo aquel que se cruza en su camino. Pero en los ojos relampagueantes del rey apareció la llama atávica de la corona secular, que saca su espada para ordenar a sus vasallos desordenados.
A su lado estaba Rodríguez Zapatero, expresión de la nueva España, culta, tolerante, amplia de espíritu y caballeresca en grado heroico, quien, oyendo que se denigraba a su adversario político (óigase bien, su adversario político) defendió su dignidad atropellada y honra injuriada. “Nadie más lejos que yo de sus ideas”, dijo, refiriéndose a Aznar, el Presidente del Gobierno peninsular, pero resguardó su derecho y su espacio en la España del siglo XXI.
No sabemos si, algún político chileno, estando en el extranjero, y oyendo que se ofende a su adversario, va a alzar la mano para defenderlo, con la altura de miras, la firmeza y la solvencia con que Rodríguez lo hizo, en voz e imagen, en las pantallas. Reviso la lista de ministros, senadores y diputados de ambos bandos y, la verdad, no apostaría por ninguno. Hace años, cuando se instauraba la democracia en nuestro país, un cientista político inglés que visitó Chile, dijo: “Este país va a estar maduro, cuando Lagos defienda los derechos de Pinochet y viceversa”.
En esa corta pero intensa escena, en ese punzante diálogo, se definió casi brutalmente, cuán lejos estamos de la sabia Europa y cómo nos falta camino por recorrer. Y, por ello, cuando la cultura del Presidente hispano, la exacta mesura de sus palabras, su tono respetuoso y calmo no fue suficiente para imponerse ante Chávez, entonces surgió el gran baluarte de los españoles: la vieja monarquía, que dio un lanzazo lingüístico al ya insoportable interlocutor, sin que Rodríguez se saliese de sus moldes de caballero, ni descendiera al terreno burdo del enfrentamiento.
El rey español goza, entre sus súbditos, de un respeto reverencial. He estado en Madrid, Sevilla, Toledo, Cádiz y en pueblos pequeños de aquel país y en todas partes, vi el retrato del monarca, en el lugar de honor, iluminado y realzado. Nadie osa emitir un juicio que le ofenda. Es el rey.
Pero el rey no interviene en la contingencia. Solo reina. Pero en dos oportunidades, ha enfrentado los micrófonos para hablar a sus ciudadanos: cuando se produjo un intento de golpe de estado y un grupo de uniformados se tomó el parlamento, don Juan Carlos leyó un discurso de sólo segundos de duración. Y eso bastó.
La segunda vez fue la que todos vimos. En las deliberaciones de este foro, el rey se limitó a ser rey. La parte ideológica correspondió el Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Sin embargo, surgida la contienda, superado éste por la atropelladora verba de Chávez, entablado un diálogo de sordos, la corona real golpeó con la fuerza de las antiguas dinastías, con una espada de duro filo, como lo habría hecho el Cid. Es probable que el Rey no hable más por mucho tiempo. A sus cinco palabras solo faltó agregar, como en los viejos pergaminos que emanaban del Palacio del Escorial, la firma de “Yo, El Rey”.

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