Una verdadera tradición y componente obligatorio del paisaje de calle Picarte a la altura del Cementerio Municipal, son los vendedores de Nalcas. Entre fines de julio y el mes de noviembre los floristas de la pérgola reciben a estos nuevos vecinos que buscan comerciar sus productos; en la mayoría de los casos recolectados por ellos mismos.
Es el caso de Roberto Otero, quien lleva más de 20 años dedicando el 100% de su tiempo a esta actividad “porque parte de la tradición del primero de noviembre es regresar del cementerio con su nalquita”.
Pero lo que para nosotros parece fácil y sencillo -comprar una nalca no requiere de tanto esfuerzo ni una gran inversión- para Roberto y sus pares es una labor que conlleva grandes peligros y sacrificios.
Un día común de Roberto comienza a las 6:30 de la mañana, tomándose un buen desayuno y preparando sus implementos básicos para la faena de trabajo en las quebradas de Malihue, zona de donde extrae las nalcas que podemos comprar desde 500 pesos en las afueras del Cementerio Municipal.
Una vez desayunado, se demora cerca de una hora y media en llegar a Los Lagos, donde, a las 10:25 debe tomar otro bus camino a Panguipulli que lo deje en la localidad de Malihue. Armado de lazos, cintas recortadas de cámaras de neumático y su “querido” machete; comienza a bajar las quebradas vistiendo su traje de agua amarillo y botas de goma.
“Más de una vez uno tiene problemas con el trabajo. Lo más malo que te puede pasar es que se corte la cuerda y caigas hasta el agua, o que te salga el león. Ahí tienes que defenderte a puro chicote y machete no más”. Termina su recomendación de defensa personal y exhibe una cicatriz en su pierna producto del ataque de un puma en la precordillera de la Nueva Región.
“Esta es una pega que me gusta hacer sólo. Es un riego que uno corre, pero al mismo tividad que tiempo me conecto con la naturaleza, que es la que me provee de los recursos familiares en esta fecha del año”.
La faena en las quebradas termina alrededor de las cinco de la tarde sin un plato de comida en el cuerpo . Roberto a esa hora comienza el ascenso de los riscos y prepara sus nalcas para regresar a Valdivia, venderlas, y así financiar desde el pedido semanal, hasta la colegiatura de sus cinco hijos. “A esa hora uno no quiere más guerra, lo único que pienso es en regresar a la casa y comer algo caliente, descansar un rato pa’ levantarse con las pilas cargadas al día siguiente y viajar de vuelta a Malihue”.
Durante los meses del año que no es temporada de recolección de nalcas, Roberto Otero trabaja en labores esporádicas de corte de pasto, pintura de casas y cualquier actividad que le permita generar recursos. Pero estos meses, la nalca es una verdadera empresa familiar donde Priscila, su esposa, es la encargada de marketing y agente de ventas.